Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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Rosario meditado para Niños - Misterios Gozosos


Primer misterio gozoso: El Ángel Gabriel le anuncia a María que va a ser la Madre de Dios, y María responde: “Sí”.
            Pasaje del Evangelio: Lc 1, 26-32. 34-35. 38


           
            Meditación
Este misterio se llama “La Anunciación”, que es cuando fue a visitarla el Ángel Gabriel a la Virgen, para darle un mensaje de parte de Dios. La Virgen estaba en su dormitorio, rezando, cuando se le apareció el Ángel Gabriel. La venía a visitar, porque le traía un mensaje de parte de Dios Padre: como Ella era tan pero tan humilde, tan hermosa, tan pura y tan delicada, Dios Padre quería que fuera la Mamá de Dios Hijo. El Ángel le dijo que el Amor de Dios, el Espíritu Santo, iba a bajar sobre Ella, para que Ella se convirtiera en la Mamá de Dios Hijo, Jesús. Y entonces la Virgen, como amaba mucho a Dios, y era muy humilde, le dijo que sí, que Ella quería todo lo que Dios le pedía. Entonces el Ángel se fue al cielo, de donde había venido, para avisarle a Dios Padre que la Virgen había aceptado ser la Mamá de Jesús.
            ¡Qué lindo ejemplo nos deja la Virgen! Amar a Dios sobre todas las cosas, y cumplir siempre su Voluntad. Como la Virgen, le digamos siempre “Sí” a la Voluntad de Dios.
            Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.


           



Segundo misterio gozoso: La Virgen, que lleva en su vientre al Niño Dios, va a visitar a su prima Isabel.
            Pasaje del Evangelio: Lc 1, 39-45.56


            Meditación
Este misterio se llama “La Visitación”, porque la Virgen, que ya ha concebido por el Espíritu Santo, se entera de que su prima, Santa Isabel, también está embarazada, y va a visitarla. Como Isabel es ya anciana, necesita ayuda, y por eso la Virgen se pone en camino para ir a visitarla y para ayudarla en todo lo que le haga falta. A pesar de que la Virgen también está embarazada, no piensa en Ella misma, sino en los demás, y por eso hace un viaje para ayudar a Isabel.
            Cuando la Virgen llega, Isabel no le dice: “Hola prima, me alegro de verte”. La saluda con un nombre nuevo: “Madre de Dios”. Además, San Juan Bautista, que está en la panza de Isabel, “salta de alegría” al saber que llegaron la Virgen y, con la Virgen, Jesús.
            ¿Por qué pasó todo esto? ¿Por qué Isabel le dice a María: “Madre de Dios” y no “prima”, como debería ser? ¿Por qué Juan el Bautista salta de alegría, si él no puede ver a Jesús, porque está en la panza de su mamá?
            Todo esto pasa porque es el Espíritu Santo el que le hace saber a Isabel que la Virgen María es la Madre de Dios, y a Juan el Bautista le hace saber que dentro de la Virgen está Jesús. Isabel y el Bautista se alegran mucho cuando ven a la Virgen, porque saben que con Ella está Jesús.
            Cuando rezamos el Rosario somos como Isabel y Juan Bautista: recibimos la Visita de la Virgen y de Jesús en el alma, y por eso nos alegramos, como se alegraron ellos.
            Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.


            Tercer misterio gozoso: El Nacimiento de Jesús en Belén.
Pasaje del Evangelio: Lc 2, 1.3-11.15-19.



            Este misterio se llama “El Nacimiento”, y aquí nos acordamos de cuando nació Jesús. Antes de nacer, la Virgen y San José buscaban un lugar en las posadas de Belén, pero en ninguna había lugar. Finalmente, encontraron una gruta, que servía de refugio a los animales. Allí nació Jesús: en una gruta donde dormían los animales por la noche. Jesús, siendo Dios, nació en un lugar muy pobre; además, hacía mucho frío, y por eso el Niño Dios al nacer temblaba por el frío que sentía. ¿Cómo fue el Nacimiento de Jesús? Jesús no nació como nacemos todas las personas: Él era Dios, y nació como sólo Dios puede hacerlo. Mientras la Virgen estaba arrodillada, rezando, comenzó a bajar una luz muy fuerte, muy blanca, hermosa, desde el cielo, hasta donde estaba la Virgen; después, esa luz, blanca y hermosa, comenzó a salir de la parte alta de la panza de la Virgen, y cuando se fue la luz, ya había nacido Jesús, que estaba en los brazos de la Virgen. Su Nacimiento fue, dicen los Padres de la Iglesia, “como un rayo de luz que atraviesa un cristal”. Así como la luz no le hace daño al cristal cuando lo atraviesa, así la Virgen fue Virgen antes, durante y después del parto.
            ¡Que nuestro corazón sea como una gruta de Belén, para que ahí nazca siempre el Niño Dios¡
            Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.



            Cuarto misterio gozoso: La Presentación de Jesús en el Templo.
Pasaje del Evangelio: Lc 2, 22-25.33



            Este misterio se llama “La Presentación”, y aquí nos acordamos cuando la Virgen llevó en sus brazos a Jesús, recién nacido, para ofrecerlo a Dios. Entre los judíos, cuando el primer hijo que nacía era varón, había que llevarlo al Templo, para ofrecerlo a Dios. Por eso la Virgen y San José lo llevan a Jesús. Cuando estaban entrando en el Templo, se les acercó un anciano que se llamaba Simeón, que rezaba mucho, hacía mucho ayuno, y amaba mucho a Dios. Al ver Simeón al Niño, el Espíritu Santo le hizo saber que ese niño no era un niño cualquiera, sino que era el Niño Dios, es decir, era Dios que, sin dejar de ser Dios, se había hecho Niño. Simeón se alegró mucho al saber que el niño que llevaba María era Dios, porque desde muy chico había querido conocerlo. Pero el Espíritu Santo le avisó al oído que el Niño, cuando fuera grande, iba a morir en la cruz, y que por eso su Mamá, la Virgen, iba a sufrir mucho. Entonces Simeón le dijo a la Virgen: “Una espada de dolor te atravesará el corazón”. Y así fue: cuando Jesús estaba muriendo por nosotros en la cruz, la Virgen estaba al pie de la cruz de Jesús, y sufría tanto por su Hijo, que le parecía que tenía una espada atravesada en el corazón. La Virgen ofrecía sus dolores, junto a Jesús, para que nosotros nos salvemos.
            Le pidamos a la Virgen que Ella nos lleve entre sus brazos, y nos presente ante su Hijo Jesús, y le pidamos que nos ayude a ser santos, para que podamos consolar su Corazón traspasado por el dolor.
            Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.


            Quinto misterio gozoso: Nuestro Señor perdido y hallado en el Templo.
Pasaje del Evangelio: Lc 2, 22.25-33


            Este misterio se llama: “Jesús perdido y hallado en el Templo”. Aquí nos acordamos cuando Jesús, que tenía doce años, fue a Jerusalén con la Virgen y con San José. Cuando se volvían, la Virgen pensaba que estaba con José, y José pensaba que estaba con la Virgen. Después de un rato que iban caminando, la Virgen y San José se dieron cuenta de que Jesús no estaba con ellos, y se volvieron, muy preocupados, a Jerusalén, buscando a Jesús. Al final, lo encontraron en el Templo, en donde Jesús estaba rodeado de doctores, contestando las preguntas y enseñándoles la Palabra de Dios. Cuando lo encontraron, la Virgen le dijo: “Hijo, te estábamos buscando”, y Jesús le contestó: “Madre, tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre, Dios”.
            Así como les pasó a la Virgen y a San José, así nos puede pasar a nosotros: que pensemos que hemos perdido a Jesús. Pero cuando nos pase eso, tenemos que hacer también como la Virgen y como San José, que encontraron a Jesús en el Templo. Nosotros también vamos a encontrar a Jesús en la Iglesia, en sus sacramentos, principalmente en la Sagrada Eucaristía, en donde está Jesús con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
            Rezo de la decena: un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Al finalizar: “Oh Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu infinita misericordia. Amén”.