Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 25 de julio de 2014

El Evangelio para Niños: “El Reino de los cielos es como un tesoro escondido, como una perla fina, como una red llena de peces”


(Domingo XVII – TO – Ciclo A – 2014)
         En este Evangelio, Jesús nos enseña que el Reino de los cielos es como tres cosas: como un tesoro escondido; como una perla preciosa; como una red llena de peces.
         Es como un tesoro escondido, dice Jesús, que un hombre encuentra, y que cuando lo encuentra, va corriendo a vender todo lo que tiene, para comprar el campo donde está el tesoro y quedarse con el tesoro. ¿Qué es el tesoro? El tesoro es la gracia. ¿Y qué son las cosas que vende el hombre? Las cosas que vende el hombre, son todos nuestros defectos –impaciencias, enojos, mentiras, perezas, hablar de los demás, no hacer caso, pelear, etc., etc.-, que no nos dejan vivir la vida de la gracia, vivir como hijos adoptivos de Dios. Cuando los vendemos, es decir, cuando luchamos contra ellos y cuando nos confesamos, adquirimos el tesoro de la gracia –somos como el hombre de la parábola del Evangelio que compra el campo donde está el tesoro- y somos felices, porque por la gracia, tenemos a Jesús en el corazón.
         Algo muy parecido es la perla fina: el negociante que “vende todo lo que tiene” para comprar una perla muy fina, somos nosotros, cuando luchamos contra nuestros defectos y nos confesamos y vivimos en gracia: nos despojamos de todo lo malo y adquirimos la gracia, que es algo de muchísimo valor, como la perla fina de la parábola de Jesús.
         ¿Y la red llena de peces? La red llena de peces, y los pescadores que separan a los peces buenos de los malos, es el Reino de Dios en el Día del Juicio Final: los ángeles buenos, encabezados por San Miguel Arcángel, siguiendo las órdenes de Jesús, que vendrá como Juez Justo, separarán a los buenos de los malos, y llevarán a los buenos al cielo, y arrojarán a los malos al infierno, según sus obras, buenas o malas. Esto nos hace ver el valor de las obras y el valor de portarse bien, y nos hace ver también que no da lo mismo portarse bien que portarse mal; no da lo mismo ser buenos que malos, porque Dios, que es Jesús, todo lo ve, y todo queda registrado para el Día del Juicio Final, todas nuestras obras, las buenas y las malas, y por eso es que tenemos que hacer muchas obras buenas y evitar cualquier obra mala.
         “El Reino de los cielos es como un tesoro escondido, como una perla fina, como una red llena de peces”. Cuando luchamos contra nuestros defectos y cuando confesamos nuestros pecados y vivimos en gracia, tenemos ya el Reino de los cielos en nuestro corazón, porque la gracia es ya tener un pedacito del Reino de los cielos, aunque todavía vivamos en la tierra.

         Y, ¿adivinen qué? Lo más lindo de todo es que, a los que tienen un pedacito del Reino de los cielos en el corazón, ¡vienen a visitarlos el Rey de los cielos, Jesús, y la Reina de los cielos, la Virgen!

viernes, 18 de julio de 2014

El Evangelio para Niños: El trigo y la cizaña


(Domingo XVI – TO – Ciclo A - 2014)

En este evangelio, todo significa algo del cielo: el sembrador es Dios Padre; el trigo es la Palabra de Dios, es decir, Jesús; el campo, sobre el que cae la Palabra, es el corazón de cada uno de nosotros; el sembrador malo, que tiene envidia del sembrador bueno, es el diablo; la cizaña, que es una hierba que crece junto con el trigo, pero que no sirve para nada, es la mala semilla, es decir, todo lo que el diablo propone: pereza, soberbia, envidia, gula, avaricia, ira; el tiempo que va desde que el sembrador siembra la semilla, hasta la cosecha, es el tiempo que vive cada uno, desde que nace, hasta que muere, o también, el tiempo desde que Dios creó a Adán y Eva en el Paraíso, hasta el Último Día, el Día del Juicio Final, cuando vendrá a juzgar a “vivos y muertos”, como decimos en el Credo; los cosechadores; la siega, que es cuando se separa el trigo de la cizaña, es el Día del Juicio Final, que es cuando aparecerá Jesús, en el Día del Juicio Final, y separará a los buenos de los malos, dando a los buenos, el cielo como recompensa, y a los malos, el Infierno como castigo; los trabajadores, que separan el trigo de la cizaña, son los ángeles, al servicio de Dios, encabezados por San Miguel Arcángel, que en el Día del Juicio Final, estarán encargados de separar a los buenos de los malos, a las órdenes de Jesús, Justo Juez (esa es la razón por la cual hay pinturas en las que aparece San Miguel Arcángel con una balanza, pesando las almas y separando a las buenas de las malas).
Este Evangelio nos enseña, entonces, que nuestro corazón es como un campo, en donde pueden germinar dos cosas: o el trigo, que es la Palabra de Dios, y así nos alimentaremos de su substancia, que es buena y exquisita, porque este trigo que es la Palabra de Dios, cuando se cuece en ese horno ardiente que es el altar eucarístico, con el Fuego del Espíritu Santo, da un Pan de sabor exquisito, que contiene en sí todas las delicias, porque es el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, y si nos alimentamos con este Pan, nuestra alma quedará colmada con toda clase de dones del Espíritu Santo: caridad, humildad, fortaleza, inteligencia, sabiduría, …
Pero este Evangelio nos enseña también que si no dejamos germinar a la Palabra de Dios en nuestro corazones, vendrá el Enemigo de las almas, que sembrará también su semilla, porque tiene envidia del Sembrador Bueno, que es Dios Padre, y sembrará su semilla mala, que es la envidia, la soberbia, la ira, la pereza, la gula, y si no estamos atentos, esta cizaña crecerá y nuestro corazón estará lleno de cosas malas que no satisfacen al alma, sino que la dejan vacía y con un sabor amargo.

Debemos estar siempre atentos y vigilantes para que en nuestro campo, que es nuestro corazón, crezca solo trigo y trigo fuerte y sano, que es la Palabra de Dios, y si en algún momento nos damos cuenta de que está empezando a crecer la cizaña, debemos inmediatamente arrancarla de raíz, pero como esta es una tarea que supera nuestras fuerza, debemos acudir al auxilio de nuestra Madre del Cielo, la Virgen María, la Celestial Jardinera de nuestros corazones. Si le confiamos a Ella que cuide de nuestros corazones como de un jardín que le pertenece porque es suyo, ya que se lo hemos regalado, la Virgen no solo no dejará que crezca ni la más pequeña hierba mala, ni la más mínima cizaña, sino que hará que en nuestros corazones crezca un trigo grande y fuerte, un trigo que es la Palabra de Dios y que, al hundirse en lo más profundo de nuestros corazones, germinará y dará frutos de bondad, de mansedumbre, de caridad, de alegría, de paz, de santidad, porque nuestros corazones se habrán convertido en corazones semejantes, iguales, al Sagrado Corazón de Jesús.

sábado, 12 de julio de 2014

El Evangelio para Niños: El Sembrador


(Domingo XV – TO – Ciclo A - 2014)
         Jesús mismo explica la parábola (Mt 13, 1-23): la semilla que cae al borde del camino y es comida por los pájaros, es cuando alguien escucha y no comprende, y antes de que comprenda, viene el demonio y se lleva lo que había escuchado. Son los que fácilmente se dejan tentar por las cosas vanas que ofrece el demonio: la soberbia, la pereza, la ira, la gula, la avaricia. Pero de todas, las peores, son la soberbia y la pereza. Así, el demonio logra que la semilla, que es la Palabra de Dios, no germine en el corazón. El corazón de estas personas es como los bordes de los caminos, en donde no crece nada que sea útil, ni para las personas, ni para los animales. Por el contrario, el borde del camino, que se llama “banquina”, es siempre peligroso transitar por ahí, y estos corazones son peligrosos, porque en ellos no está Jesús.
         La semilla que cae en terreno pedregoso es el que acepta la Palabra de Dios con alegría, pero cuando hay algún problema, se olvida de la Palabra de Dios y esa persona se pone triste y deja de leer la Biblia o de ir a Misa. Son los que apenas tienen algo que les preocupa en la familia, o en la escuela, o en el barrio, en vez de ir a rezar el Rosario, para pedirle a la Virgen que los ayude, o en vez de ir al sagrario, o en vez de ir a la Misa, que es donde está Jesús, hacen lo opuesto: dejan de leer la Biblia, dejan de rezar, dejan de ir a Misa. Sus corazones son como un camino lleno de piedras, en donde no hay ni árboles, ni plantas, ni flores.
         La semilla que cae entre las espinas, es el que escucha la Palabra de Dios, pero los problemas y las riquezas hacen que se olvide de la Biblia y de la Misa, igual que los anteriores, y así la Palabra de Dios no puede dar frutos de santidad en sus corazones, y sus corazones se vuelven como tierra seca, como la tierra arenosa del desierto, que está llena de cactus espinosos.

         Por último, la semilla que cae en un terreno fértil, en donde germina y crece y da un árbol con frutos ricos y maduros, es el que lee la Palabra de Dios, la comprende, va a Misa, se confiese, hace obras de misericordia; ése es el que entiende que debe llevar la cruz de todos los días, y que debe amar a Dios y a su prójimo como a sí mismo y que si quiere llegar al cielo, debe rezar el Rosario para ser como la Virgen y como Jesús. Ése es el que produce frutos del cien, del sesenta, o del treinta por uno, como dice Jesús. Estos corazones se parecen a un hermoso jardín, lleno de flores y de árboles cargados de frutos exquisitos. De nosotros depende cómo será nuestro corazón, si como un terreno arenoso, pedregoso, sin árboles frutales, que es cuando el corazón vive sin la gracia de Dios, sin confesarse, sin comulgar, sin rezar, sin hacer obras buenas; pero también de nosotros dependerá si nuestro corazón es como un hermoso jardín, es decir, si elegimos vivir en gracia, y esto sucede cuando nos confesamos con frecuencia. Por la confesión, el alma se llena de gracia, y además comulgamos, rezamos y somos buenos con nuestros prójimos, nuestros corazones y nuestras almas serán como jardines hermosísimos, llenos de flores y de árboles con frutos riquísimos. Le tenemos que pedir a Jesús, a la Virgen y a nuestro Ángel de la Guarda, para que nuestros corazones sean así, como hermosos jardines, en donde la Palabra de Dios dé hermosos frutos de santidad.

sábado, 5 de julio de 2014

El Evangelio para Niños: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de Mí porque soy paciente y humilde de corazón y así encontrarán alivio”



         En este Evangelio, Jesús nos pide que hagamos dos cosas: que llevemos “el yugo de Él” y que “aprendamos de Él”, que es “paciente y humilde de corazón”. Si hacemos estas dos cosas, Él nos promete que vamos a encontrar “alivio” (cfr. Mt 11, 25-30).
         ¿Qué es un “yugo”? El yugo es el ese instrumento de madera que llevan los bueyes cuando el campesino se los pone en el cuello para que puedan trabajar mejor la tierra, pero en este caso, el “yugo” de Jesús, no es ese instrumento de los bueyes, sino la cruz de madera. Jesús quiere que carguemos su cruz, que es también nuestra cruz, una cruz hecha a medida de cada uno, la cruz de todos los días, porque es la única forma de ir al cielo.
         La cruz de Jesús es de madera, es pesada y como el camino del Calvario es largo y en subida, se hace muy difícil de llevarlo, pero Jesús dice que si nosotros “cargamos sobre nosotros su yugo”, es decir, la cruz, “encontraremos alivio”, y esto, porque Él lleva la cruz por nosotros. Entonces, a pesar de que la cruz es pesada y el camino del Calvario es difícil, todo se hace fácil, porque Él lleva la cruz por nosotros.

          Por último, la otra cosa que nos pide Jesús, es que “aprendamos de Él”, que es “paciente y humilde de corazón”. Santa Teresa de Ávila decía: “La paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta”. Quien es paciente, como Jesús, alcanza la cima del Calvario, que es la Puerta del cielo. ¿Cómo llegamos a ser pacientes? Imitando a Jesús: así como era Jesús en la Pasión cuando lo insultaban, le pegaban, le escupían en la cara, le ponían la corona de espinas, le hacían burlas, y Jesús no decía nada, sino que rezaba en su Corazón pidiendo a Dios Padre que los perdonara, así tenemos nosotros que ser pacientes con los que nos hacen mal. Lo mismo con la humildad: a pesar de ser Jesús Dios en Persona y Dueño de todo el Universo, nació en un pobre pesebre, y se dejó coronar de espinas, sufriendo enormes humillaciones, porque era humilde y la humildad es una virtud opuesta a la soberbia; la humildad abre las Puertas del cielo, en cambio, la soberbia, las cierra por completa, ya que ningún soberbio puede entrar en el cielo; así también nosotros, cuando tengamos la tentación de ser soberbios, debemos recordar a Jesús, humillado por nosotros en la Pasión, y pedirle la gracia de ser humildes como Él, porque solo los humildes, como Jesús y María, pueden entrar en el Reino de los cielos. Si hacemos todo esto, encontraremos alivio en el corazón, en la tierra, y alegría en el cielo, para siempre, para toda la eternidad, en la compañía de Jesús y de María.